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Sinopsis

A pesar del gran daño que los microorganismos infecciosos han demostrado provocar en la humanidad, alguien se atrevió a emplearlos como armas contra sus semejantes. La historia está plagada de ejemplos: los persas contaminaban pozos con cuerpos de personas o animales muertos por enfermedades contagiosas; otros ejercitos lanzaban flechas contaminadas con excremento humano con la esperanza de matar a los enemigos infectándolos; durante los asedios se catapultaban cadáveres infectados por la peste o, incluso, se hacían regalos envenenados con agentes infecciosos al enemigo para debilitarlo. Esos fueron los inicios de una guerra bacteriológica que ahora alcanza niveles muy sofisticados en forma de virus modificados o esporas de ántrax.